Publicat per Grupiref el 13/02/2015 a Reflexions | ∞
Los bebés pueden dar sentido a situaciones sociales complejas, teniendo en cuenta qué sabe cada persona sobre las demás, según un estudio publicado en la revista Psychological Science, de la Asociación de Ciencia Psicológica (APS) estadounidense.
“Nuestros resultados muestran que los bebés de 13 meses pueden dar sentido a situaciones sociales utilizando su comprensión sobre las mentes de los demás y la capacidad de evaluación social”, afirman las investigadoras You-jung Choi y Yuyan Luo, de la Universidad de Missouri (EE.UU.). “La investigación es innovadora, ya que se demuestra que los bebés son capaces de interpretar situaciones sociales desde las perspectivas de los diferentes participantes.”
Las investigadoras estaban interesadas en cómo la información, o la falta de la misma, pueden a afectar nuestras interacciones sociales con otros. Imaginemos, por ejemplo, que un amigo suyo hace algo malo: ¿Va a tratar a esa persona de manera diferente después de enterarse? ¿Y qué pasaría si nunca se enterara?
“Para los adultos, las respuestas a estas preguntas son probablemente complicadas, dependiendo de varios factores tales como la naturaleza de la amistad y las personalidades ambas partes”, explican Choi y Luo en lanota de prensa de la APS. “Nos preguntábamos si los niños podrían manejar interacciones sociales complejas como éstas.”
El experimento
Las investigadoras llevaron 48 bebés de alrededor de 1 año de edad al laboratorio. Cada niño se sentó en el regazo de su madre o de su padre, frente a un pequeño escenario donde aparecían marionetas de mano. Dos marionetas (A y B) aparecían en el escenario y aplaudían con sus manos o saltaban juntas, permitiendo que los infantes se familiarizaran con los personajes y se enteraran de que A y B eran amables el uno con el otro.
Luego, a los niños se les presentó un escenario social de tres opciones posibles. En uno, los bebés veían a un tercer títere, C, acercarse y ser derribados deliberadamente por B, mientras A estaba mirando. En otro escenario, B derribaba a C, pero A no estaba presente. Y en un tercer escenario, C era golpeado accidentalmente mientras A miraba.
Choi y Luo querían saber cómo responderían los bebés a las interacciones posteriores entre A y B, teniendo en cuenta lo que habían visto. Los bebés no pueden decirnos lo que esperan que suceda, por lo que las investigadoras recurrieron al tiempo de observación como una manera de llegar a las expectativas de los bebés. Las cosas que son normales o previstas son relativamente aburridas y los bebés rápidamente apartan la mirada; sin embargo, las cosas que son inusuales o inesperados, son interesantes y los bebés tienden a pasar más tiempo mirando a lo novedoso.
Las reacciones
Cuando las investigadoras analizaron los datos observaron que los bebés respondieron en los tres escenarios de manera diferente, de acuerdo con las implicaciones sociales de cada uno.
Así, si A es un testigo del golpe deliberado, los bebés parecían esperar de A que rehuyera a B. Pasaron más tiempo mirando cuando A era “amigable” con B después del golpe (contonéandose y balanceándose juntos) que cuando A ignoraba a B, lo que sugiere que la interacción amistosa era un giro inesperado de los acontecimientos.
“Esto nos indica que los bebés tienen fuertes sentimientos acerca de cómo las personas deben hacer frente a un personaje que golpea a los demás: incluso su conocido o “amigo” debería hacer algo al respecto”, apuntan Choi y Luo.
Sin embargo, si A no estaba allí para ver el golpe, los niños miraban más cuando A era amable con B que cuando le rechazaba, lo que indica que los bebés eran capaces de controlar lo que A sabía y no sabía y utilizar esa información para hacer inferencias sobre su comportamiento.
Cuando el golpe era un accidente, los bebés pasaban casi el mismo tiempo mirando a los títeres en los dos casos: parecían responder al comportamiento amistoso y al antipático como igualmente razonables.
Según Choi y Luo, estos resultados sugieren que los niños pequeños desarrollan habilidades que les permiten evaluar situaciones sociales y hacer juicios sociales pertinentes antes de lo que muchos podrían suponer.
Las investigadoras planean continuar en esta investigación, investigando si los niños tienen expectativas acerca de cómo se debe tratar a la víctima en una situación hipotética y si también pueden tener en cuenta los comportamiento positivos en sus evaluaciones sociales.
Innumerables veces, como padres, nos pusimos enfrente de nuestros bebés para hacerles gracias, jugarles y hablar. Y, mientras tanto, nos preguntábamos en qué estarían pensando al vernos a nosotros, al percibir el hogar y el paisaje que los rodea, el mundo que les ha tocado. Muchos investigadores llegaron a la conclusión de que el cerebro de los bebés funciona como el de un gran científico. Los seres humanos recién nacidos son dependientes de sus padres durante mucho más tiempo que cualquier otro “cachorro” en el reino animal. ¿Por qué? Justamente, aunque parezca contradictorio, por las aptitudes más desarrolladas y complejas de nuestra especie con respecto a las otras: la sorprendente capacidad de aprendizaje. A diferencia de los animales que cuando nacen ya dominan toda una serie de funciones que son específicas de su especie, los humanos tenemos una alta variabilidad de las cosas que podemos aprender a lo largo de nuestra vida. Es así que, durante los primeros años, cuando todo está por aprender, es necesario que la energía esté concentrada en descubrir cómo funciona el mundo que nos rodea. Y para ello se necesita que todas las necesidades básicas estén satisfechas. Sólo así alcanzará el tiempo para ser los grandes científicos de la humanidad mientras los bebés se arrastran en cuatro patas: exploran el mundo buscando sus sistemas y regularidades, ponen a prueba hipótesis sobre cómo actúan las personas de acuerdo a cómo actuamos nosotros mismos, entre tantos otros desafíos. A la vez, los bebés son “verdaderos genios” en adquirir nuevos lenguajes, ya que antes del primer año de vida pueden discriminar diferentes sonidos de cualquier idioma (cosa que los adultos no podemos hacer). Esta habilidad disminuye dramáticamente luego de ese primer año de vida. Varios grupos de investigadores han encontrado que durante los primeros seis meses los niños son extremadamente buenos para discriminar un amplio rango de contrastes fonéticos, incluyendo los sonidos del habla no natales. Tales hallazgos han sugerido que las categorías manifestadas en la discriminación del habla infantil son precursoras de las categorías que serán completamente establecidas más tarde y que los niños pierden gradualmente su habilidad inicial para discriminar los sonidos del habla no natales. Acústicamente, es probable que el cuerpo de las mamás actúe como un filtro al dejar pasar bajas frecuencias y atenuar altas frecuencias. La gran velocidad en el desarrollo del lenguaje que se observa hacia los dos años de edad se ha relacionado con cambios en la estructura de las neuronas con aumento en el proceso de conectividad y mielinización en el cerebro en general, permitiendo a esta edad una conducción nerviosa más rápida y eficiente. El recién nacido cuenta con apenas unas pocas conexiones neuronales que con el tiempo se hacen no sólo más numerosas sino que forman circuitos mucho más complejos. Ese proceso de aprendizaje “enérgico” requiere la optimización de otro elemento fundamental en este proceso: la memoria (y el olvido). Se sabe que las memorias muy tempranas de los niños pequeños son frágiles y vulnerables, y pueden borrarse fácilmente. De hecho, es extraordinario que recordemos algo de nuestra infancia más allá de los cuatro años aproximadamente. Podemos comprobar así que el aprendizaje para los bebés es un proceso tan sofisticado como aquel que llevan adelante grandes y laureados científicos, cuyas investigaciones están centradas en lograr conocer y entender algo específico del universo. Aunque, pensándolo bien, el de los bebés es infinitamente mayor: ellos quieren conocer y entender de una vez todo el universo.
[Article publicat a la Revista Viva. Buenos Aires. 24 de novembre de 2014.]
Facundo Manes es un neuròleg i neurocientífic argentí.
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